
Si hablamos de la curiosa experiencia de hospedarse en un
cueva más de uno pensará que nos referimos a algún hotel temático que busque hacer vivir a sus clientes las sensaciones de nuestros antepasados en la Prehistoria. Pero los tiros no van por ahí. En el sur de España hay una
larga tradición de vivir en hogares que aprovechan las oquedades del terreno, ahorrándose bastante en construcción. Y, si antaño correspondían a
viviendas de gente humilde, hoy no resulta extraño que se les haya encontrado una
aplicación turística.
Y así, el
alojamiento en una cueva es una más de las posibilidades que se le ofrecen a un turista cuando visita determinadas zonas de, por ejemplo,
Andalucía. La provincia de
Granada, sin ir más lejos, es pródiga en este tipo de establecimientos, siempre debidamente
acondicionados para que el cliente obtenga el máximo de confort y su experiencia resulte placentera.
En ese sentido es obligatorio destacar el pueblo de
Galera, ubicado en el llamado Altiplano granadino. Se trata de un pequeño municipio de 1.400 habitantes caracterizado por su peculiar arquitectura, con casa normales pero también grutas, habitáculos tradicionales para su población desde, se cree, el
siglo XVI. Las oquedades en la roca, que es de tipo yesífero, blando y, por tanto, fácil de trabajar, se ampliaron y habilitaron para albergar un vecindario más, a veces
calles enteras como las de Ceuta o Huelva.
Las viviendas resultantes son
bioclimáticas, muy frescas en verano, cuando el calor andaluz aprieta, manteniendo una agradable temperatura media de
18º. En cambio, el invierno granadino también es fuerte y en las cuevas se lleva mejor por su escasa variabilidad térmica. En cualquier caso, estamos en el siglo XXI y las comodidades son un factor habitual en la vida diaria, por eso tienen electricidad, nevera, agua caliente, etc.
Secas y acogedoras
Si alguien teme alojarse en una cueva por miedo a la humedad o la oscuridad debe cambiar completamente su concepto, pues no hablamos de grutas sin más: son
secas y a muchas se les han abierto
ventanas. Todo ello, sumado al mobiliario rural y una
decoración típicamente campesina junto con las blancas paredes encaladas (que nadie piense en estalactitas y estalagmitas), forman una atractiva apuesta para pasar unos días, máxime en una zona que conjuga belleza natural (se hace senderismo, rutas a caballo o en bici...) con gastronomía (cordero segureño) y patrimonio cultural (iglesia de la Anunciación) y arqueológico (necrópolis ibera de Tútugi).
Cada cueva tiene su nombre. El Cortijo del Tío Bernardo, en el Camino de Riego Nuevo s/n, un antiguo
cortijo familiar rehabilitado en 2009, dispone de 2 habitáculos independientes con capacidad para 9 personas, más una terraza exterior para barbacoas y una zona para niños. Hay un salón con chimenea, baño con secador, aparcamiento y admite animales. El precio por persona y día es de
20 euros.
Otro singular complejo, formado por 5 cuevas, es el de
La Pisá del Moro, en la avenida Nicasio Tomás 6; ha sido rehabilitado recientemente con todas las comodidades. Y para tener más donde elegir se pueden reseñar también las
Cuevas Victoria, en el Cortijo del Cura.