
Se está imponiendo entre los
hoteles la búsqueda de un
plus de atractivo que implique
originalidad. Ya no se trata sólo de ofrecer lujo, calidad y buen servicio sino de proporcionar al cliente una
experiencia diferente. Algo así es lo que proponen cada vez más establecimientos, algunos rozando (o cayendo directamente) en lo estrambótico; otros salvando ese riesgo con elegancia e imaginación.
Esto último es lo que ofrece el
Mercure Santo Domingo de Madrid. Su céntrica ubicación en la calle San Bernardo no le impide presentar a sus huéspedes una estancia de vívido onirismo, diversa e incluso
personalizada, con habitaciones de diferente e insólita ambientación. Hay un total de 200 y algunas pueden satisfacer a un tipo determinado de cliente por edad, gusto o coste. Unas son, digamos, normales; pero otras reproducen
escenarios diversos como pueden ser la
Acuario, revestida de cristal, o la de
Avatar, pensada especialmente para los niños. Y hay más, muchas más: el Antiguo Egipto, la jungla, el fondo del mar, la de Don Quijote, la japonesa, la de Dalí, Nueva York...
Su gran variedad (20 diferentes)y personalización no se basa sólo en la ambientación sino también en la posibilidad de regular a la medida la intensidad de la luz, la versatilidad de sus baños (desmontables y, como el resto del habitáculo, temáticos), el acceso Wi-Fi, la esquina acristalada de las
Corner rooms y multitud de cosas más. Es innovador el sistema informático que permitirá al cliente
elegir la habitación que desee, en función de sus gustos, al hacer la reserva.
Mención aparte, como es lógico, para las
suites. Son 3, de las que 2 tienen una decoración
clásica -que incluye antigüedades cuadros originales de maestros como Madrazo o Esquivel- mientras que la otra, denominada
Unique, se va al otro extremo, el
vanguardista: muebles modernos que incluyen detalles de sibaritismo, como la ducha con aromaterapia o una cristalera convertible (de transparente a translúcida) y la convierten en la
suite nupcial favorita.
Arte y graffitis por todas partes
El propio
vestíbulo parece introducir al recién llegado a un mundo aparte, con su bóveda dorada y blanca que proporciona gran iluminación y al que se suma arriba una
azotea con espléndidas vistas de la ciudad en 360 grados y dotada de una
piscina que se abre en temporada estival. Y ni siquiera se queda atrás el
aparcamiento, decorado por el artista
Juan Avellano, el mismo que se ocupó de algunas habitaciones, con motivos selváticos. Claro que artistas no faltan precisamente en ese espacio, ya que los mejores representantes del
graffiti han colaborado en pintar sus 3 plantas tras ser seleccionados en concurso.
No falta una zona de
ocio y restauración destinada al huésped tanto como a eventos (banquetes, bodas y similares), beneficiados éstos por un entorno que incluye salones como el
Belvedere, que tiene techo móvil, o el
Natura, a los pies del jardín colgante más grande de España (¡con una cascada!).
Y para rematar el atractivo, decir que la dirección del hotel ha optado por una política de precios razonable de manera que esté entre
los más baratos de su categoría (4 estrellas), con tarifas entre 95 y 390 euros según el modelo que se escoja para pernoctar.