Un crucero por el Mediterráneo occidental te dará la ocasión de conocer ciudades maravillosas con milenios de historia y grandes monumentos de los que suelen aparecer en las postales más representativas. Pero seguro que también te permitirá descubrir ese rincón del que, quizá, habías oído hablar y que ahora, al ver en vivo, te impresiona, epata, deslumbra e incluso desconcierta. En ese sentido, Capri tiene todos los números.
Es una isla, una prolongación de la península sorrentina en el mar Tirreno que se alza frente al Golfo de Naṕoles convirtiéndose en una de las grandes atracciones de esta ciudad, junto con su casco antiguo, las ruinas de Pompeya y el Vesubio. Se trata de un pedazo de roca calcárea de apenas 10 kilómetros cuadrados con un verde tapiz vegetal, abruptos acantilados y blancas casitas marineras diseminadas por las colinas.
Capri forma parte de las excursiones turísticas de algunos cruceros como los que tienen en su catálogo compañías como Iberocruceros (Aires Mediterráneos, Islas del Mediterráneo II) o Royal Caribbean (Mediterráneo Insólito), por ejemplo. Se llega en ferry desde el puerto de Nápoles, desembarcando en Marina Grande entre las multicolores barcas de pesca y yates privados. Desde ese punto hay que subir, bien por empinada y sinuosa carretera, bien en funicular, hasta la zona alta donde se halla la ciudad.
Quizá sea un poco pretencioso llamarla así porque consiste en una intrincada red de callejuelas, la mayoría peatonales, colgadas de las laderas de los montes. Por ella se diseminan, boutiques, restaurantes, heladerías, cafés e iglesias que se van recorriendo a pie a la vez que se admiran las fantásticas panorámicas y, a lo lejos, entre la bruma marina, se intuye la silueta del Vesubio. Pese a haberse generalizado el perfil turístico, aún se respira el aroma chic de la jet set, habitual en los años cincuenta.
La iglesia de San Esteban, la Cartuja de Santiago y el Parque de Augusto son los rincones más destacados. Pero es que en la isla hay otra población, Anacapri, situada en las faldas del Monte Solaro, hasta cuya cumbre sube en 15 minutos un telesilla no apto para proclives al vértigo. Esta localidad es más pequeña que la otra y menos apretada, con muchas zonas verdes entre las casas.
Por una encantadora pero extenuante escalera de casi un millar de peldaños se llega desde allí a la elegante Villa San Miguel, levantada en el siglo XVII sobre restos romanos. Pero si se habla de Roma es inevitable la visita a Villa Jovi, desde donde gobernó Tiberio los últimos años de su vidas (entre orgía y orgía, según Suetonio), se asoma a un precipicio a 297 metros sobre el mar, tal cual hace otros sitios conocidos, como el faro de Punta del Capo o la casa del escritor Curzio Malaparte.
Un último consejo para quienes visitéis Capri: alquilad un bote y circunnavegadla. Así tendréis ocasión de ver maravillas naturales como los Farallones, dos enormes afloramientos rocosos que emergen del mar (uno de los cuales forma un arco natural) o las grutas Azul, Blanca, Verde, Maravillosa y del Coral, cuyos nombres resultan de por sí sugestivos.